El primer paso necesario en proceso de transcender a aquello que somos es la preparación de las condiciones del trabajo mismo. Y frecuentemente, cuando hemos de profundizar, encontramos el juego de ida y venida de lo interno a lo externo, del ámbito que nos rodea a los espacios interiores que serán el centro de lo que ha de acontecer. Y así, la preparación también va y vuelve en un baile en el que buscamos hallar el tono y la disposición adecuada para emprender viaje.
Es el momento de la llamada a la magia, del acto sabio y sin explicación. El mago no actúa sin sentido, pero sabe que debe ir más allá de las definiciones, y operar con el trabajo minucioso y permanente en el que va descubriendo hechos que resuenan en nuestro yo intangible. Nos adiestramos para sobreponernos a la contrariedad, para alzarnos por encima de lo adverso, y en este ejercicio ajustamos el paso al tempo marcado por la necesidad, pero ahora es el momento del comienzo del juego, donde tiene cabida el adorno y la fragancia evocadora, en un paso a dos donde somos acto y objeto de la magia. Cualquier intento de explicación invalidaría el suceso, no importa cuán al alcance de la mano ésta se encuentre, teorizar sus causas estanca el fluir necesario y nos aleja del proceder minucioso y atento del ritual.
Este arte también reclama su técnica, la de acallar al mundo omnipresente que seguirá su marcha imparable, y del que durante un lapso, ojalá de tiempo incalculable, nos abstraemos, y hablándonos a nosotros mismos, nos decimos que no importa lo que allá ocurrió, y que estamos en paz. Nada pone más en valor lo que fue nuestro pasado que la visión del futuro como un campo abierto a las oportunidades, y entre las mañas de artesano quizá se encuentre la visualización del yo que anhelo ser ese día. Por qué no invitar también al baile del ir y venir al tiempo. Acaso no es mi guía algo de mí mismo que desarrolla su esencia en un futuro, incluso posterior a esta vida, y que desde allá viene a encontrarme, a recordarme lo que llagaré a ser.
El delicado límite entre el acto mágico y la superstición baldía lo marca una profunda cordura, ya que no se trata del engaño a nosotros mismos con el que pretendemos que nuestros deseos se impongan a lo real. Es la puesta en marcha de resortes ocultos que nos ajustan a una frecuencia de onda precisa. La vibración de partida, no solo para el viajero que marchará a alcanzar la meta a la que aspiramos, sino también aquella con la que queremos presentarnos al finalizar el camino.